miércoles, 4 de febrero de 2015

"El Principito" un encuentro con el YO infante






Hay muchas razones para prestar un libro, una de ellas es compartir, además del texto y la anécdota incluidos en dicho “bloque de hojas”, una parte de nosotros mismos, porque hay algo en ese libro que nos marcó, que cambió nuestra perspectiva, que nos mostró algo nuevo, diferente, algo que nos define, que nos describe o comprende.  Es eso lo que compartimos al prestarle un libro que nos fascina a alguien especial para nosotros.

No suelo prestar mis libros, considero que prestar un libro es un acto de confianza pura, cuando los entrego a alguien más tengo plena certeza de que los cuidarán como si fueran suyos y sobre todo, de que regresarán a mí (aunque en contadas excepciones me han decepcionado)

Siempre me alegra saber que como a mí, la historia conmovió a alguien más. Fue agradable saber que así sucedió con El principito y no sólo eso, la persona con quien lo compartí se animó a escribir sobre su experiencia y el texto, con su consentimiento, se los comparto a continuación.


¿Ya viste que el mar habita en el cielo y que en el cielo habita el mar?

Las páginas de El principito me habían estado esperando durante 28 años para contarme su historia. El libro llegó a mí de las manos de una hermosa niña. Lo dejé en el escritorio durante algunos días, me seducía y me llamaba, como quien quiere contarte un cuento por las noches, pero no te atreves a escucharlo.

Recuerdo que de niño quería ser adulto y ahora que soy “adulto” anhelo volver a ser niño. ¿O es que acaso no me he dado cuenta de que sigo siendo el mismo, pero me he olvidado de ser quien soy? Al leer El Principito, última y magistral obra del aviador y escritor francés, Antoine de Saint Exupéry, me vi obligado a usar de nuevo la imaginación y a surcar el cielo de los recuerdos.

El libro parecía reírse de mí, como uno debe reírse de la vida misma. Dentro de sus páginas, encontré un desierto de soledad y esperanza. Casi como cuando Saint Exupéry surcaba los cielos entre las dunas del Sahara. Él vino hacía mi, con su sonrisa y sus cabellos de oro. Con los temores y las dudas de cualquier niño.

“Cuando el misterio es demasiado interesante, no nos atrevemos a desobedecer”. Por tanto, tuve que hacer caso de una u otra forma a esta sentencia. Cuando nos convertimos en “adultos”, nos volvemos en serios amantes de la lógica y la razón. Cristalizamos los números en quimeras, lo evidente y lo concreto. El principito nunca daba explicaciones, pero siempre las buscaba.

La inteligencia de los adultos se queda corta, es nimia, en comparación con la imaginación de los niños. Jamás renuncian a una pregunta, como El principito. Dentro de sus páginas, uno puede encontrar el resumen de todo un tratado filosófico, ya que plantea inherentes dudas del ser humano a lo largo de su existencia.

La necesidad de compañía, la libertad,  el eterno cuestionamiento de nuestro propósito en la vida, la búsqueda del amor, la comprensión, lo efímero, el hallazgo de la amistad, y por supuesto, la soledad.

La humanidad constantemente se corrompe porque no ha sido capaz de seguir sus ideales; busca la razón antes que la comprensión. La frase “sólo los niños saben lo que buscan” tiene todo de cierto, ya que el mundo de los mayores es demasiado extraño.

A lo largo de este texto, me di cuenta de que mi risa, en algún momento de la vida, se había perdido en la obscuridad. Quizá en este espacio no esté escribiendo de nada, tal vez sólo esté empleando la imaginación, oculta bajo el velo de la razón.

Me había permitido dejarme “domesticar” por El principito. Saint Exupéry se había decepcionado de la humanidad, más no de los niños. Todos parecen haber leído a El Principito, pero pocos parecen ser capaces de llegarlo a comprender. ¿Se habrá comido el cordero la flor?
Guillermo Estrada