"El Principito" un encuentro con el YO infante
Hay muchas razones para prestar un libro,
una de ellas es compartir, además del texto y la anécdota incluidos en dicho “bloque
de hojas”, una parte de nosotros mismos,
porque hay algo en ese libro que nos
marcó, que cambió nuestra perspectiva, que nos mostró algo nuevo, diferente, algo
que nos define, que nos describe o comprende.
Es eso lo que compartimos al prestarle un libro que nos fascina a
alguien especial para nosotros.
No suelo prestar mis libros, considero
que prestar un libro es un acto de confianza pura, cuando los entrego a alguien
más tengo plena certeza de que los cuidarán como si fueran suyos y sobre todo,
de que regresarán a mí (aunque en contadas excepciones me han decepcionado).
Siempre me alegra saber que como a mí, la historia conmovió
a alguien más. Fue agradable saber que así sucedió con El principito y no
sólo eso, la persona con quien lo compartí se animó a escribir sobre su experiencia
y el texto, con su consentimiento, se los comparto a continuación.
¿Ya
viste que el mar habita en el cielo y que en el cielo habita el mar?
Las páginas de El principito me habían estado esperando durante 28 años para
contarme su historia. El libro llegó a mí de las manos de una hermosa niña. Lo
dejé en el escritorio durante algunos días, me seducía y me llamaba, como quien
quiere contarte un cuento por las noches, pero no te atreves a escucharlo.
Recuerdo que de niño quería ser adulto y
ahora que soy “adulto” anhelo volver a ser niño. ¿O es que acaso no me he dado
cuenta de que sigo siendo el mismo, pero me he olvidado de ser quien soy? Al leer El Principito, última y magistral obra
del aviador y escritor francés, Antoine de Saint Exupéry, me vi obligado a usar
de nuevo la imaginación y a surcar el cielo de los recuerdos.
El libro parecía reírse de mí, como uno
debe reírse de la vida misma. Dentro de sus páginas, encontré un desierto de
soledad y esperanza. Casi como cuando Saint Exupéry surcaba los cielos entre
las dunas del Sahara. Él vino hacía mi, con su sonrisa y sus cabellos de oro.
Con los temores y las dudas de cualquier niño.
“Cuando el misterio es demasiado
interesante, no nos atrevemos a desobedecer”. Por tanto, tuve que hacer caso de
una u otra forma a esta sentencia. Cuando nos convertimos en “adultos”, nos
volvemos en serios amantes de la lógica y la razón. Cristalizamos los números
en quimeras, lo evidente y lo concreto. El principito nunca daba explicaciones,
pero siempre las buscaba.
La inteligencia de los adultos se queda
corta, es nimia, en comparación con la imaginación de los niños. Jamás
renuncian a una pregunta, como El principito. Dentro de sus páginas, uno puede
encontrar el resumen de todo un tratado filosófico, ya que plantea inherentes
dudas del ser humano a lo largo de su existencia.
La necesidad de compañía, la
libertad, el eterno cuestionamiento de
nuestro propósito en la vida, la búsqueda del amor, la comprensión, lo efímero,
el hallazgo de la amistad, y por supuesto, la soledad.
La humanidad constantemente se corrompe
porque no ha sido capaz de seguir sus ideales; busca la razón antes que la
comprensión. La frase “sólo los niños saben lo que buscan” tiene todo de
cierto, ya que el mundo de los mayores es demasiado extraño.
A lo largo de este texto, me di cuenta de
que mi risa, en algún momento de la vida, se había perdido en la obscuridad.
Quizá en este espacio no esté escribiendo de nada, tal vez sólo esté empleando
la imaginación, oculta bajo el velo de la razón.
Me había permitido dejarme “domesticar”
por El principito. Saint Exupéry se había decepcionado de la humanidad, más no
de los niños. Todos parecen haber leído a El
Principito, pero pocos parecen ser capaces de llegarlo a comprender. ¿Se
habrá comido el cordero la flor?
Guillermo Estrada
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